A Gathering of the Tribes

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Reseña de: / Book Review of: Los detectives salvajes (1998, Editorial Anagrama)

Los detectives salvajes (1998, Editorial Anagrama) Autor: Roberto Bolaño

The Savage Detectives (2008, Picador) Traductora al inglés: Natasha Wimmer

 Autora: Linda M. Rodríguez Guglielmoni, Catedrática, Universidad de Puerto Rico-Mayagüez. Dirección: P.O.Box 5959, Mayagüez, PR 00681. Correo electrónico: lindamgug@yahoo.com

          Al igual que Bolaño, yo he sido poeta, aunque me gusta decir que escribo narraciones en prosa. Y hablando desde una perspectiva personal, para un poeta, escribir en prosa, representa un experimento. Es un experimento que incluye la precisión de la palabra y las estructuras poéticas, y que de alguna forma descubre las vías misteriosas del pensamiento humano—porque como Freud ya había observado en sus apuntes sobre los escritores creativos, fueron los poetas que inventaron el subconsciente. El psicoanalista europeo nos dice que los poetas se otorgan un permiso amplio, un permiso para soñar despiertos, como todos lo hicimos durante nuestra infancia. Además, añade que el escritor creativo es como un niño que juega… crea un mundo de fantasía que considera seriamente… que invierte con gran emoción… mientras se mantiene separado de la realidad. En este punto sobre la realidad deseo diferir, o divagar, si desean: es cierto que el escritor se mantiene aislado de todo mientras compone su obra, pero le duele agudamente la separación y desea, con ansias, ser parte de la realidad, la realidad que espera ser descubierta fuera de las puertas y ventanas de su estudio de trabajo. Así regresamos a la narración de Bolaño, su novela Los detectives salvajes, que con precisión científica, capítulo tras capítulo, lleva a cabo un experimento que debe repetir para verificar resultados. Entonces podemos decir que Los detectives salvajes aparenta tener como objetivo penetrar una vasta realidad, una realidad ridículamente humana.

 

          Y me imagino que como Bolaño, quien fue un lector hambriento y hasta llegó a robar libros cuando joven, cuando yo leí a García Márquez y su obra, Cien Años de Soledad, se me abrieron los ojos junto a todos mis otros sentidos. Por otro lado, a la misma vez me sentí caer en el sueño sofocado de una América Latina y un Caribe atrapados en el tiempo y en su geografía. Sí, una América Latina y una cuenca de islas, atrapadas ambas entre la jungla voraz, bella y triste como aquella que circunda la Garganta del Diablo en Iguazú, y la jungla de una historia aún más voraz, llena de precipicios por donde a menudo todavía hoy nos tiramos con abandono. Como todo lector joven con sueños de transformarme en escritor, yo también consumí a los autores del Boom y del post-Boom, pero sin olvidar, entre otros, a los maestros del Siglo de Oro y a los novelistas ingleses de los siglos 18 y 19; Fielding, y su Tom Jones, siendo mi favorito. En resumen, menciono estos datos biográficos para decir que al leer a Bolaño me encuentro entre una gran pasión, esa locura excesiva del que ha leído tanto (o tal vez demasiado como el personaje Don Quijote) y convierte su obra textual, y su vida, en un tipo de performance.

 

          En el Caribe, el performance es el pan de nuestro diario vivir, de nuestro sudor-ardor y nuestra falta de electricidad y agua potable, y políticas que no nos permiten ni arreglar los huecos-cráteres en las calles. Nuestro performance es uno que se filtra entre las líneas de nuestra literatura y que convierte a nuestros mejores textos en algo extraño. Sobre esta situación el escritor y crítico cubano Benítez Rojo ha observado en su libro, La isla que se repite:

 

...el texto caribeño muestra los rasgos de la cultura supersincrética de donde emerge. Es, sin duda, un consumado performer que acude a las más aventuradas improvisaciones para no dejarse atrapar por su propia textualidad. En su más espontánea expresión puede referirse al carnaval, la gran fiesta del Caribe que se dispersa a través de los más variados sistemas de signos: música, canto, baile, mito, lenguaje, comida, vestimenta, expresión corporal. [1]

 

De hecho, la obra de Bolaño, Los detectives salvajes, recientemente traducida por la norteamericana Natasha Wimmer—quien ha dicho que en América Latina ser escritor significa ser un revolucionario, o por lo menos un reaccionario—es un libro que se debe leer como acto sincrético. Ahora, como crítica literaria especialista en el Caribe, propongo que Los detectives salvajes se debe leer como carnavalesca revolución de la narratología y que recoge y funde toda una gama de signos contemporáneos y transnacionales.

 

          Y para los que todavía no han participado de un carnaval, les recomiendo aquel que se organiza todas las primaveras en Ponce, ciudad al sur de Puerto Rico donde yo me crié. Es un carnaval rigurosamente estructurado tal como la novela de Bolaño. Y como en Los detectives salvajes, en el carnaval ponceño, lo que parece ser excesivo y peligroso, los jóvenes enmascarados, vestidos de vejigantes en las calles y plazas, en realidad están al servicio de la corte del Rey Momo y su reina. Así, es en la novela de Bolaño, todos los textos están al servicio de un relato mayor, yo diría, un pensamiento mayor: el concepto del abismo, la idea que la vida misma nos utiliza y nos olvida. Y como la novela de Bolaño, el carnaval ponceño finaliza, aparentemente con una muerte, eso es, se lleva a cabo el Entierro de la Sardina—fiesta de origen pagano que en algunas tradiciones se dice da principio a la Cuaresma y a la prohibición de comer carne o asegura un año de buenas pescas y que atrajo el pincel de Francisco de Goya en el siglo XIX—mientras que Los detectives salvajes finaliza con la escena callejera de un tiroteo, de sangre y de un muerto, el cadáver de Cesárea Tinajero. Pero si quiero ser absolutamente sincera, debo decir que la novela aparentemente termina con una escena de muerte. En realidad, como exitoso carnaval, el texto de Bolaño termina prometiendo más, más vida, más viaje, más sueño y subconsciente, ¿pues, y qué otra cosa puede significar ese rectángulo evanescente, bordes entrecortados, en la última pagina de la novela?

 

 Los detectives salvajes es un texto revelador que permite al lector recorrer íntimamente el mundo de los literatos y aventureros. Tal vez vivir unos momentos junto a aquellos que se sienten en un estado de estrés causado por la misma literatura y los que han triunfado en este ámbito, como es el caso de Clara Cabeza, secretaria de Octavio Paz, que se nos presenta en el capítulo 24. Clara nos revela sufrir de un incesante dolor de cabeza a la misma vez que nos explica el proceso tedioso de clasificación, incluyendo una pila titulada marginalia excentricorum, de la correspondencia del laureado. Y cuando Clara finaliza su narración nos encontramos con Jacobo Urenda, en el capítulo 25, quien nos lleva, como Joseph Conrad, a través de una prosa fotográfica, al corazón de África, o sea, al corazón del aventurero-periodista-fotógrafo quien se siente más vivo que nunca cuando se encuentra entre la muerte misma y cae en un estado de sueño cada vez que regresa a París.    

 

En Los detectives salvajes, a través de anécdotas y anotaciones, conversaciones y curiosidades, datos y dibujos, vamos conociendo el mundo que nos ha tocado vivir, un mundo en transformación, tal vez hacia un destape ilimitado, sin fronteras físicas ni sicológicas. La novela nos presenta un mundo que nos podría arrastrar hacia el abismo, el colapso, el locus, donde de acuerdo a Bolaño, encontraremos la cura a nuestra condición humana. En conclusión, tengo que decir que en realidad me sorprende que esta obra de Bolaño no se haya considerado, por lo menos momentáneamente, un extraño desastre, como fue el caso de Moby Dick de Melville. Pero, ¿y cuándo ha sido la relación entre los críticos y los escritores una de felicidad? Nada, para los que tengan paciencia y curiosidad, la novela de Bolaño, como toda gran obra de arte, crea su propio universo, y como niño soñador, una serie de imágenes honestas e interesantes. Bolaño, como gran conversador, logra que su libro signifique para el lector ser partícipe de una fascinante tertulia de cómicas y trágicas divagaciones que logran transformarse en una espontánea mezcla de géneros. Abrir este libro de casi mil páginas es entrar a una especie de laberinto claro que ofrece como guía a un mago de la palabra. El lector que desee auto-reconocerse y en este viaje sonreírse, debe adentrarse en Los detectives salvajes.

 

 

Autora: Linda M. Rodríguez Guglielmoni, Catedrática, Universidad de Puerto Rico-Mayagüez. Dirección: P.O.Box 5959, Mayagüez, PR 00681. Correo electrónico: lindamgug@yahoo.com



[1] Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite: El Caribe y la perspectiva posmoderna, Hanover, NH: Ediciones del Norte, 1989: xxxviii.