A Gathering of the Tribes

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Arte negro en la Casa Blanca

Clasificación: [NARA]Estimada Ms. Sentís Cuatro son los artistas afroamericanos representados en la Colección de la Casa Blanca. En 1995, La Casa Blanca adquirió Sand Dunes, Atlantic City (C. 1885) de Henry Ossawa Tanner (1859-1937). Esta fue la primera obra de arte de un artista negro en formar parte de la colección y actualmente está colgada en la Green Room. El Presidente William Clinton y la Primera Dama Hillary Clinton encargaron a Simmie Knox (1935- ), un retratista afroamericano, que pintara sus retratos oficiales. El retrato del Presidente Clinton se incorporó a la colección de la Casa Blanca en 2002 y el de Mrs. Clinton en 2004. El retrato del Presidente Clinton está colgado en la Entrance Hall, y el retrato de Mrs. Clinton en el Ground Floor Corridor. Dos pinturas de afroamericanos fueron adquiridas durante la administración de George W. Bush. La primera fue The Farm Landing (1892) por Edward Bannister (1828-1901), adquirida en 2006. Esta pintura se exhibe en la China Room. En 2007 se adquirió una pintura más moderna y abstracta de Jacob Lawrence. The Builders (1947) de Jacob Lawrence (1917-2000) está actualmente colgada en la Green Room. Además de estos cuatro artistas negros representados en la colección (Henry Ossawa Tanner, Simmie Knox, Edward Mitchel Bannister y Jacob Lawrence) también hay una escultura de Charles Alston (1907-1977) en el Oval Office. Dr. Martin Luther King Jr. (1970) es un busto de bronce que la National Portrait Gallery ha prestado a la Casa Blanca. Espero que esta información le sea útil. Por favor, si tiene más preguntas, hágamelo saber. Mis mejores deseos, Monika Mc.Kierman

Esta es la respuesta que recibí tras ponerme en contacto con el despacho de la actual First Lady de Estados Unidos, entre cuyas asignaciones figura el White House Office Curator. Esta Oficina fue creada en 1961 por Jacqueline Kennedy, con el propósito de mostrar y conservar obras escogidas por los presidentes de turno. Salvo excepciones, la colección permanente —cuyos fondos se adquieren mediante recursos procedentes de donaciones privadas— no puede incorporar piezas de artistas vivos (influiría en su caché), por lo cual está compuesta, sobre todo, por producciones artísticas del siglo XIX. En la actualidad, la integran unos 450 cuadros y 50.000 objetos.

Así como la aportación más destacada de Jacqueline Kennedy fue rodearse de los ocho cézannes de la colección permanente, los Obama anunciaron como prioridad el arte contemporáneo multiétnico. Para ello han solicitado préstamos de diversos museos de Washington, ya que otra de las reglas es no acudir a galerías privadas, por la misma razón que no se incluyen artistas vivos. Finalmente —hubo devoluciones y cambios—, la pareja presidencial seleccionó 45 obras, de autores como Ed Ruscha, Richard Diebenkorn, Mark Rothko, Giorgo Morandi, Susan Rothenberg, Louise Nevelson, Jasper Johns, Nicolas De Stael…

¿Y cuántos artistas nativos, latinos, asiáticos o negros? Muchos menos de lo que cabría esperar. Tan solo dos piezas de la pintora Alma Thomas (1891-1978), una del también afroamericano Glenn Ligon (1960), y tres cerámicas de las nativoamericanas Maria Poveka Martinez y Lucy Lewis. A este repertorio hay que añadir el ya mencionado busto de Martin Luther King, que reemplaza, por solicitud expresa del presidente Obama, a otro de Winston Churchill. No pueden considerarse nativos o afroamericanos a George Catlin (1796-1872), que está presente en la colección con dos pinturas de inspiración indígena, ni al famoso Norman Rockwell (1894-1978), de quien Obama solicitó en préstamo The Problem We All Live With, que evoca el primer día de clase de la primera niña negra que asistió a una escuela en el hasta entonces segregado sistema de enseñanza del sur. Tuvo que ir acompañada por soldados federales enviados por la administración Kennedy. Como vemos, no forma parte de la colección ningún artista latino ni asiáticoamericano.

De los Obama, reconocidos amantes del arte contemporáneo, cabía esperar alguna elección más osada (fotografía, instalaciones, videoarte, arte sonoro) y, desde luego, más firmas pertenecientes a las llamadas minorías. Si la Casa Blanca representa a todo el país, alguien debería haber tenido en cuenta los porcentajes de la población estadounidense: un 16,3 de hispanos; un 12,6 de negros; un 4,8 de asiáticos; un 0,9 de nativos. El censo especifica que entre los blancos —un 63 por ciento— no se incluye a los hispanos de este color.

No se trataba de que la primera pareja presidencial afroamericana de la historia estableciera cuotas, pero sí parecía lógico que, como las primeras damas hacen con los modistos nacionales, Michelle apoyara un contingente algo más amplio de creadores procedentes de las minorías, y especialmente, por razones obvias, de la afroamericana. Tenían sobradamente dónde elegir. Su presencia en el panorama estadounidense es significativa desde la década de 1920, cuando el denominado Renacimiento de Harlem atrae el interés del mundo blanco sobre los artistas de color. No hace falta ser un historiador del arte negro para señalar entre sus representantes unos cuantos nombres importantes de la escena norteamericana.

Por supuesto, la figura del artista negro no tenía cabida en la sociedad esclavista anterior a la Guerra Civil. Con excepción del ornitólogo y pintor Audubon, las manifestaciones del arte negro estaban estrechamente ligadas a la artesanía: piezas de hierro forjado, o los célebres quilts, cuya inmensa variedad responde al hecho de ser utilizados como señales de ruta por los esclavos fugitivos. Concluida la guerra (1865), los afroamericanos pueden empezar a escoger hasta cierto punto sus ocupaciones, y los artistas se inspiran en el modelo clásico o romántico. A esta etapa pertenecen dos huéspedes de la Casa Blanca: Tanner y Bannister.

En el ámbito artístico, la conciencia negra comienza a desarrollarse durante el Renacimiento de Harlem, cuyo ocaso coincide con el crash de 1929, aunque dará coletazos hasta bien entrada la tercera década del siglo. En ese periodo se inscriben, además de Jacob Lawrence, los pintores Archibald Motley Jr., Aaron Douglas y Horace Pippin; el fotográfo James Van Der Zee; los escultores Richmond Barthé y Augusta Savage. Tras la Segunda Guerra Mundial, aparecen en escena autores de formación más global, que a menudo pasan temporadas en el extranjero: Beauford Delaney, Charles White, Hale Woodruff. Entre la segunda mitad de los años 50, cuando se inician las luchas por los Derechos Civiles, y la década de los 80, destacan, en el campo de la escultura, Elisabeth Catlett, Barbara Chase–Riboud, Betye Saar y Melvin Edwards; en el de la pintura, Sam Gilliam, Norman Lewis, Robert Colescott (que representó a Estados Unidos en la Bienal de Venecia de 1997), y Romare Bearden; en el de la fotografía, Roy DeCarava y Gordon Parks.

A medida que los artistas afroamericanos van alejándose de las formas tradicionales para abordar la representación de la realidad sociopolítica y el análisis de los media, toda la herencia recibida se desplaza hacia posiciones conceptuales. A partir de los 80, el hip-hop y el graffiti invaden la cultura urbana. La sensibilidad estética negra es ya universal, y el auge de los artistas plásticos va en consonancia. Jean-Michel Basquiat constituye el gran ejemplo. Pero hoy día ningún aficionado al arte contemporáneo desconoce el trabajo —agrupémoslos grosso modo— de los pintores Kerry James Marshall, Faith Ringgold, Hawordena Pindell o Gary Simmons; el de los escultores Martin Puryear y Alison Saar; el de las fotógrafas Carrie Mae Weems y Lorna Simpson; o el de los artistas conceptuales Fred Wilson, Kara Walker, Adrian Piper y, el más cotizado de todos, David Hammons.

Black Like Me, la pieza de Glenn Ligon escogida por los Obama, toma como punto de partida el libro del mismo título escrito por el periodista John Howard Griffin, quien en 1960 se oscureció para pasar por negro y poder contar cómo se sentía un hombre de ese color en Estados Unidos. Ligon reproduce repetidamente una frase del libro: “Todo rastro del Griffin que había sido quedó borrado de la existencia”. Las palabras van ensombreciéndose hasta desaparecer, alusión a la invisibilidad del negro, narrada de forma magistral por Ralph Ellison en El hombre invisible, novela publicada en 1952. Una invisibilidad que, paradójicamente, parece perpetuarse con el paso de los años.

Mireia Sentís